Hoy Enric Canela me ha citado en su blog, haciendo referencia a las políticas de innovación en Catalunya y a la
necesidad de un sólido soporte público a las mismas. Me he permitido completar su post con otro post homónimo. Efectivamente, cada vez es
más evidente que la construcción de un país innovador parte de unas políticas de
inversión pública consistentes y estables en el tiempo. Atrás quedó la
ortodoxia que pensaba que, si bien la creación de conocimiento (I+D) era tarea
de los gobiernos (fundamentalmente en centros públicos), la responsabilidad
única de la conversión de esa I+D en crecimiento económico y empleo era del
mercado. Por tanto, invirtiendo en I+D pública, el resto iba a pasar solo.
La competitividad de un país no depende de la
cantidad de conocimiento que genere, sino de la rapidez con que éste se
transmite al tejido productivo. Por ello, en Catalunya desplegamos hace años,
desde la administración, una serie de instrumentos orientados a resolver los
diferentes fallos del mercado, y a desarrollar un conjunto de agentes que
configuraran un auténtico sistema de innovación. Entre ellos:
Instrumentos destinados a fomentar la transferencia tecnológica
universitaria. La universidad es todavía una entidad demasiado inflexible.
Los mecanismos de promoción del profesorado están basados en un elemento
crítico: la publicación. Un profesor que desee promocionar y/o estabilizar su
puesto de trabajo, literalmente no puede distraerse en un proyecto empresarial.
A imagen de la Steinbeis Foundation (Alemania), en 1999, y bajo la dirección de Eugeni
Terré, se inició el despliegue de la Xarxa IT (“Red de Innovación Tecnológica”),
embrión de la futura red TECNIO, que pretendía generar un sistema de incentivos externos a la propia
universidad (incapaz de ofrecerlos internamente) para detectar los profesores emprendedores, profesores con
tecnología potencialmente útil para la industria, que desearan desarrollar
grupos de investigación y transferencia de conocimiento. Dichos profesores
debían definir un business plan para
sus grupos de investigación, que debía ser autofinanciable en 3 años. La
Generalitat ofrecía ayudas de arranque a los mismos. Los fondos extras
provenientes del mercado permitían al propio grupo contratar más personal,
adquirir nuevos equipos y crecer. De esta dinámica surgieron casi un centenar
de grupos, como el Centro de Desarrollo de Sensores y Sistemas (CD6) de la Universitat
Politècnica de Catalunya, que a su vez ha generado algunas de las mejores
empresas de base tecnológica del país (Sensofar, Visiometrics o SnellOptics
entre otras).
Instrumentos destinados a fomentar la emergencia de empresas de base
tecnológica. Las empresas surgidas de entornos científicos son
estratégicas para un país por su potencial de cambio del modelo productivo, por
su propia productividad, por la generación de nuevos referentes sociales y económicos,
y su capacidad de crear empleo de calidad. Por definición, sus mercados son globales, y su
componente tecnológico asegura una fuerte barrera de entrada a competidores. Sin
embargo, una empresa de muy alta tecnología tiene un complicado camino al
mercado, a menudo con tecnología no totalmente demostrada, modelos de negocio
radicalmente innovadores y con emprendedores al frente sin patrimonio para
garantizar su proyecto ante entidades financieras, ni conocimiento claro de las
dinámicas del mercado. Miles de emprendedores de alta tecnología han salido
frustrados de su contacto con la banca
comercial, y han renunciado en su empeño. También con business angels y con el capital riesgo (que prefiere negocios con tecnología
demostrada). En Catalunya desarrollamos las ayudas “Capital Concepto”,
operativas desde 2001, que pretendían apoyar al emprendedor científico en sus
fases más primigenias (“early stage”),
con fondos para demostración de tecnología, desarrollo del modelo de negocio y
creación de equipo en sus primeros dos años de vida. Con este instrumento se
lanzaban al mercado unas 40 start-up’s por año. De él surgieron empresas como
Scytl (participada recientemente por Microsoft), Oryzon Genomics o Advancell, proyectos
emblemáticos del sistema de innovación catalán. Para completar dicho
instrumento, en 2009 se lanzó el Programa de Valorización de la Tecnología (“VALTEC”),
con ayudas previas a la creación de empresas de base tecnológica, para
investigación de mercados, prueba de concepto, y creación de maquetas y
prototipos de tecnologías que debían probar su escalabilidad industrial.
Instrumentos para inyectar ciencia en la industria. En 2008 se
inició el programa de Núcleos Estratégicos de Innovación Cooperativa. Su
intención: financiar proyectos de muy alta tecnología en entornos industriales,
cofinanciados por la industria en una proporción 3 a 1, y con subcontratación a
centros de conocimiento. Los proyectos eran evaluados en clave científica, en
primer término (sólo pasaban el filtro los de mayor reto tecnológico), y, de
ellos, se seleccionaban posteriormente los de mayor impacto económico. El
programa pretendía generar efecto
adicional (los proyectos, por su nivel de exigencia científica, su riesgo
tecnológico y su masa crítica –más de 1 M€ de presupuesto, jamás iban a ser
impulsados por el mercado). El programa debía generar innovación
disruptiva, crear relaciones de confianza entre empresas y centros de
conocimiento, y configurar auténticos núcleos tecnológicos formados por empresas y grupos científicos (embriones de clústers tecnológicos). El efecto multiplicador era
evidente: cada euro público se completaba con un mínimo de 3 más privados. Así,
20 M€ inyectados en 2008 se convirtieron en 80 M€ de inversión industrial exnovo
en I+D (que, además, se completó con otros tantos en ayudas y créditos CDTI,
pues los proyectos no aprobados localmente se direccionaban automáticamente a convocatorias
estatales). Honestamente, creo que fue este instrumento el que propulsó la
intensidad tecnológica en Catalunya hasta el 1,68% de inversión en I+D sobre
PIB en 2008 (el máximo alcanzado hasta la fecha).
Respecto a los parques científicos y a los centros tecnológicos, es importante
apuntar que también requieren –ambos- fuertes inversiones públicas. Pese a
reconocer los tremendos errores de la política de parques científicos, y
pretender siempre su equilibrio presupuestario, éstos no deben verse como
unidades de negocio de entidades locales o universidades. Un parque científico
no se crea para obtener un beneficio (obviamente, tampoco para perder dinero a
raudales). Y, aunque esto hoy sea anatema, la administración debe apoyar,
específicamente, aquellos proyectos no rentables,
pero que tengan un retorno social y económico en el entorno. Los proyectos
rentables surgen solos del mercado. Los parques científicos son elementos de
transformación de la estructura económica, de atracción de nuevas inversiones y
de generación de empleo de calidad. Todo ello es objetivo de la administración
pública, que no debe pretender conseguirlo a coste cero, especialmente en su
arranque. La administración debe invertir en ellos para conseguir externalidades (efectos económicos
positivos en la economía). La difusión del conocimiento científico es una clara
externalidad. Y, en cuanto a los centros tecnológicos (elementos esenciales de
impulso a la I+D en PYMEs, incapaces de soportar estructuras propias de I+D),
la lógica es la misma. Los centros tecnológicos deben desarrollar líneas de investigación
muy orientada, concertadas con sus sectores de operación (de acuerdo con las
empresas que participan en sus órganos de gestión). Según los estándares
internacionales, 1/3 de su presupuesto debería ser de naturaleza pública. Cuando
se elimina el soporte público, los centros tecnológicos, de forma natural,
desplazan sus actividades a proyectos más inmediatos, buscando la pura
supervivencia, y se convierten en ingenierías al uso, sin función en el ecosistema
de innovación.
La mayor parte de estos instrumentos
desaparecieron o fueron diezmados con el estallido de la crisis y las
inestabilidades políticas. Esperemos que se recuperen muy pronto. Aunque parezca hoy una herejía, el sector público
debe gastar (o invertir) cada vez más en actividades de innovación si queremos
transformar el tejido productivo. Hay que apoyar centros tecnológicos y parques
científicos. Hay que financiar proyectos empresariales de muy alto riesgo. Hay
que ayudar económicamente a PYMEs que quieran investigar. Hay que superponer
recursos de transferencia a los de investigación pública. Sin una fuerte
inyección pública (que soporte la I+D pública, pero también la empresarial),
como sostiene Mariana Mazzucato, autora del best-seller “The Entrepreneurial
State”, estaremos matando el verdadero corazón del capitalismo: la innovación.