La verdadera innovación tiene dinámica disruptiva. Una bombilla eléctrica no surge de
la evolución lineal de una vela de cera. La máquina de vapor no surgió de la
evolución natural de la navegación a vela, o WordPerfect no fue resultado de
mejoras continuas en la máquina de escribir.
Normalmente, nuevas tecnologías o
nuevos modelos de negocio (recordemos: técnicamente, un nuevo modelo de negocio
es una nueva tecnología –una nueva
tecnología organizativa-) aparecen
inesperadamente y, a menudo, sus primeras manifestaciones son irrelevantes e incluso despreciables, para los líderes del sector. Normalmente esas nuevas tecnologías
son frágiles, inmaduras, y poco fiables. Se incuban en segmentos de clientes
que quizá estén alejados del núcleo de mercado original de los líderes, o al
menos de los segmentos más atractivos para ellos. Hasta que, súbitamente, se
hacen escalables, crecen de forma exponencial y destruyen la dinámica
tradicional, no solo de los líderes, sino de sectores enteros. Es lo que
Clayton Christensen, profesor de Harvard, padre de los modelos teóricos de
innovación disruptiva clasificó como “attack
from below” (ataques desde abajo). Efectivamente, las tecnologías
disruptivas se comportan como silenciosos submarinos que, inesperadamente, lanzan letales torpedos, enviando al fondo del océano, en
cuestión de segundos, a los grandes y despistados buques mercantes.
Las grandes compañías telegráficas de finales del siglo XIX
fueron torpedeadas por emergentes start-up’s de telefonía. Para los líderes del
telégrafo, el teléfono era un ruidoso dispositivo que sólo podía conectar
individuos en bajo rango (zonas urbanas), mientras ellos comunicaban Nueva York
con San Francisco. Además, el poderoso lobby de los operadores de morse frenaba
todo intento de cambio. Hasta que la tecnología de voz permitió ofrecer conversaciones de calidad en largas
distancias, prescindiendo de codificación morse, y con nuevas prestaciones de instantaneidad, individualidad y privacidad, eliminando de la faz de la tierra la
necesidad del telégrafo. El teléfono fijo, a su vez, fue substituido por la
telefonía móvil. Pero no olvidemos que los primeros móviles, a finales de los
80, eran dispositivos marginales, pesados, conectados al automóvil, que costaban más de
6.000 €, y cuyo público era muy exclusivo y minoritario: altos ejecutivos de empresa. Cuando
la tecnología móvil permitió miniaturizar el dispositivo y abordar el mass-market, substituyó a la telefonía fija, que inició su rápida decadencia. Y, cuando el iPhone inventa la categoría de los smartphones,
incorporando tecnología digital y conectividad a internet, el teléfono móvil
convencional empieza a hundirse (recordemos Nokia), a la vez que un nuevo
torpedo es lanzado desde las profundidades de la innovación de ruptura hacia otro
objetivo: el PC. Para los fabricantes de PCs, hasta la aparición del iPhone,
jamás los teléfonos móviles habían sido una amenaza. En 2011, el mismo año que
las ventas de smartphones superaron las de PCs, las ventas de PCs iniciaron un lento descenso al fondo del océano, a un ratio superior al 10% anual.
Ninguna industria escapa al cambio disruptivo. La fotografía química fue liquidada por la cámara digital. El libro convencional está siendo substituido por el e-book. La TV por Youtube. La prensa, por Twitter. Los SMS por WhatsApp. La educación presencial, por la educación virtual... Y, una observación reciente: la industria de la enseñanza pública superior también está siendo invadida por nuevos entrantes disruptivos. Las universidades, cautivas del
paradigma más academicista, de su lentitud burocrática, y perjudicadas por la reciente crisis global, están viéndose imposibilitadas para cumplir uno de sus objetivos capitales: asegurar el
empleo de sus titulados. Aprovechando esta brecha, instituciones privadas están
empezando a ofrecer títulos propios alternativos, sin validez oficial, pero con una fuerte orientación
a la inserción profesional. Formación original, pensada para un mundo global, con nuevas metodologías y nuevas tecnologías. En poco tiempo he detectado varias start-ups de
esta naturaleza. Su mercado: jóvenes a los que no les preocupa disponer de un
título universitario oficial (al fin y al cabo, eso no les garantiza empleo),
sino, precisamente, formarse en entornos profesionalizadores de muy alto nivel que les garanticen
trabajo a la salida. Esos jóvenes renuncian a ir a la universidad. ¿Es el final de la universidad tal como la hemos conocido
hasta ahora? ¿Surgirán alternativas que romperán el paradigma, prescindiendo de títulos oficiales? ¿Capturarán esas alternativas una parte significativa de potenciales alumnos universitarios? Al fin y al cabo, la universidad ya sufrió un ataque disruptivo
hace 60 años, cuando, incapaz de dar respuesta a la formación directiva de alto
nivel, vio como nuevos entrantes privados (como IESE, ESADE y EADA, a la vez,
en Barcelona) copaban ese segmento educativo con propuestas inicialmente no
oficiales, con títulos propios, cuya calidad práctica garantizaba la promoción
profesional de los alumnos. Eso, en un país en vías de industrialización (la
Catalunya de los 60 y 70), con gran demanda de formación en management, sin
oferta por parte de los líderes del sector (universidades públicas), es lo que
dio lugar al potentísimo clúster de escuelas de negocio en Barcelona